miércoles, 3 de octubre de 2007

Amor de Francisco por todas las criaturas

Francisco nada tenía, pero en Dios creía tenerlo todo. Por su origen común llamaba "hermanas" a todas las criaturas, incluso las más pequeñas, pero se inclinaba más por aquellas que mejor reflejaban los destellos de Dios o la compasiva mansedumbre de Cristo, o alguna característica de la Orden, y aparecían como tales en las Escrituras. Y, por un misterioso influjo, ellas se plegaban a sus deseos y respondían con afecto a su amor por ellas. Era como si ya hubiese recuperado el estado de inocencia original. En casi todas las criaturas encontraba algún motivo de profunda alegría. Además del sol y el fuego, amaba el agua, símbolo de penitencia y contrición, que lava la culpa en el baño bautismo; por eso se lavaba las manos donde el agua caída no pudiera ser pisada. Caminaba sobre las piedras con temor y respeto, en recuerdo de Cristo, la "piedra angular". También amaba a los gusanos, pues había leído que se dice del Salvador: "Soy un gusano, no un hombre"; y los apartaba del camino, para que nadie los pisara. A las abejas, en invierno, les hacía servir vino o miel, para que no murieran de frío. Las hormigas le gustaban menos, por su afán de acumular; prefería a los pájaros, que no guardan para el día siguiente, pero reconocía que ellas nos enseñan a no estar ociosos. Si un hermano iba a cortar leña al bosque, le recomendaba no cortar todo el árbol, para que siguiera viviendo.
A los frailes hortelanos de la Porciúncula les pedía dejar inculto parte del terreno, para que brotaran hierbas silvestres y las hermanas flores; y pidió que tuvieran junto al huerto un hermoso jardín de plantas aromáticas, para que invitaran a quienes las vieran a alabar al Señor. La hermosura de las flores y el olor de sus perfumes le hacía volar la mente a Cristo, la "flor radiante" brotada de la raíz de Jesé para vivificar con su fragancia a miles de muertos. Predicaba a los prados floridos como si tuvieran uso de razón, y a las piedras, los bosques, las mieses y las viñas, al agua de las fuentes y a los huertos frondosos, a la belleza de los campos, a la tierra, al aire, al fuego, al viento, invitando a todos, con ingenua pureza, al amor de Dios y a ser fieles al Creador, como quien ha ha alcanzado la libertad de los hijos de Dios; y a veces se le iba el día en ello.
Francisco fue declarado por Pablo VI Patrono de los ecologistas, pero no fue un ecologista en el sentido moderno. En su tiempo, el medio ambiente no estaba en peligro, como hoy, pero sí la fe en Dios Creador. Mientras la herejía cátara de su tiempo, infiltrada de maniqueísmo dualista, predicaba que todas las cosas creadas son obra del demonio, el Santo de Asís, fiel a la fe católica y a la revelación de la Escritura, proclamaba públicamente que todas las cosas son obra de Dios, que todas son buenas y que, en cierto modo, llevan de él "significación". Tanto es así, que el mismo Hijo de Dios no tuvo reparos en asumir nuestra carne mortal, naciendo de María.

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